
"Para escribir algo tienes que correr el riesgo de burlarte de ti mismo"
ANNE RICE
Los domingos por la tarde son lo más parecido a una larga película de cine mudo, con interminables subtítulos de silencio y un sin fin de movimientos imprecisos y grises donde el equilibrio de una sonrisa parece objetivo imposible.
A estas alturas, ni siquiera pediría que le dieras un vuelco a mi corazón con golpes preciosos y precisos hasta que las emociones me embargaran de oreja a oreja. Simplemente me conformaría con despertar y mirarme al espejo con nuevos ojos, sencillamente dejarme llevar por el ruido de la vieja cafetera mientras rompo mi contrato basura en mil pedazitos.
Está sumamente clarito que hoy padezco los síntomas inquietantes de la vulgaridad, una especie de letargo sin diagnóstico, fenómeno extraño de la desgana, apilada en los lujosos volúmenes de las horas.
Por vez primera quisiera que sonara de forma estridente la melodía del móvil, una y otra vez, tal vez así no me sentiría como un marciano tratando de mitigar este silencio dominguero que amenaza con arrodillar mi nombre con el peso de la apatía. Bastaría con apurar esta fría copa de la tarde hasta dejar al descubierto la tercera persona del singular que te nombra, la dulce auto medicación de tu género femenino.
A estas alturas, ni siquiera pediría que me salvaras de esta soledad íntima y te quedaras vigilante hasta dejar mi conciencia rendida de sueño de nuevo en mi alcoba, bastaría con el diálogo de tu sombra detrás de una vela, bastaría con desnudarme con vosotros, con alguien, contigo.