Hoy pensé que podría dedicar el grueso de mis horas a buscar la mejor de mis suertes, total me pilla de paso...Por un momento pensé que hoy sería ese día en el que me encontraría con mi suerte, de cara, de narices, de nuevo ella, mi suerte.
¿Se imaginan?Con la sonrisa presta comenzé su búsqueda en una de esas calles donde algún que otro día creí haberle perdido la pista. Así, mientras me afanaba en encontrar su escóndite por la gran ciudad, fui pensando en lo primero que haría cuando de golpe y porrazo apareciera ante mi.
Pensé que podría sentarme frente a su rostro caprichoso, como Steve Wonder frente a su piano, y tal vez con una fe ciega cantarle: I just call to say i love you... pero de repente supe que no era el mejor plan para convencerla de que deseaba que me acompañara.
Sería mejor callar, llevarme las manos a la boca, dejar mi voz como un pentagrana viudo de notas y clave, pues de sobra sabe que cantar nunca fue lo mío y, quizás por el miedo escénico a que pudiese despertar y salir corriendo asustada de mi voz de grillo, descarté mi melódico plan.
En segundo lugar pensé que sería mejor regalarle el aroma impagable del agua del mar, el sigilo de las olas que llegan y se van, mostrarle mi cuaderno mojado o tal vez invitarla a tomar una taza de cafe desde mi horizonte oceánico.
Acto seguido, declaré el alto al fuego a las ideas que se iban sucediendo en lo más sensible del deseo de encontrarme con mi suerte: hacer planes nunca fue lo mío, y quizás, por ir así, caminando a impulsos, dando saltos sobre la cuerda de los dias, buscándola desesperadamente, instante a instante, jamás sabría que hacer si en esta nueva mañana me topara con mi suerte de tú a tú.
Por último pensé en encender un cigarrillo, aparcar mi empeño en doble fila, dedicar el grueso de mis horas a pasear por la gran ciudad, por aquellas calles donde alguna vez me contemple en su compañía, porque tal vez, sea la suerte la que algún día, alguna nueva mañana, me busque
y seguramente
me encuentre.